lunes, 21 de marzo de 2016

Recuerdos de la Semana Santa que perdí

Antes de narrar el paso del Rubicón de la mayoría de edad cofrade, quiero dejar anotados unos cuentos recuerdos de mis primeros años en la Semana Santa, y también algunas ausencias en el baúl de mi memoria.
La Virgen de la Paz y Esperanza en 1971
Entre las segundas están haber visto las Angustias en San Agustín o la Hermandad del Huerto en su etapa anterior a su disolución. Amigos míos de más o menos mi misma edad recuerdan haber visto al grupo incomparable de Juan de Mesa en su sede histórica o recorriendo la Ribera camino de la carrera oficial o de regreso a San Francisco. Pero yo no puedo decir lo mismo, y bien que lo siento.

Sí recuerdo, en todas las iglesias, las imágenes cubiertas por doseles morados en los altares, el Domingo de Pasión. Era para mí toda una premonición de la Semana Santa.

Recuerdo asimismo los carteles de Ricardo Anaya, que nos acompañaron durante toda la década de los sesenta y hasta 1975. Su contemplación me lleva indisolublemente a bucear en el hermoso mar de la memoria.

Recuerdo los sellos de Semana Santa que editaba la Agrupación de Cofradías como forma de promocionar la Semana Santa y lograr algunos ingresos. Unos años los sellos contenían las fotos de los pasos o los titulares y otros una reproducción a escala del cartel, siempre de forma monocromática. La iniciativa duró hasta finales de los años 70.

Recuerdo también que el periódico local destacaba siempre, unos días antes de Semana Santa, la noticia de que la representación en la Hermandad de las Angustias de Francisco Franco, su Hermano Mayor de Honor, la ostentaría el que a la sazón fuese «gobernador militar de la plaza y provincia de Córdoba», junto al «guión de Su Excelencia» que la Hermandad incorporó a su patrimonio artístico y que hoy forma parte de su museo particular.

Recuerdo la ilusión con que esperábamos la aparición de la revista Patio Cordobés dedicada monográficamente a la Semana Santa. Conservo aún algunos ejemplares de aquella iniciativa que, como tantas cosas, se asomó a la calle por última vez en la Cuaresma de 1975.

Recuerdo que todas las bandas iban en cabeza de la procesión, salvo la banda municipal de música. Las bandas eran siempre de cornetas y tambores y contaban con repertorios limitadísimos: entre las que desfilaban por aquellos años recuerdo, aparte de la del Cristo de Gracia, de la que ya he hablado, las de la OJE de varios pueblos −Montemayor, por ejemplo, que hasta tenía un grupito de majorettes a las que no se autorizó su presencia en Semana Santa− o la de la Guardia de Franco de la misma Córdoba, aunque ésta es más tardía. En cuanto a la banda municipal, iba siempre cerrando la carrera oficial, ya que sólo tocaba en este tramo, tras el último paso de la cofradía a la que, por turno, le tocara cada día. Como desde siempre el Miércoles tenía cuatro cofradías, sólo una vez cada cuatro años le tocaba ir detrás del palio de mi Hermandad, y hasta recuerdo haberla oído tocar algún año que yo iba en ese sector, haciendo sonar Lágrimas y Desamparo de forma casi ininterrumpida: aún retumba ese sonido asociado a un momento de la procesión hoy inverosímil: el giro a la derecha en la esquina de la avenida del Gran Capitán con la del Generalísimo, hoy Ronda de los Tejares, e incluso hasta la calle Cruz Conde. Creo recordar, aunque no estoy seguro, que alguna vez se prolongó su acompañamiento más allá de lo previsto.

Recuerdo aquella época dorada de los «capiroteros», precedentes de lo que, con la eclosión del mundo del costal, serían años después los «sacapasos». Conocí a uno de mi Hermandad que salía el Domingo de Ramos con la Borriquita –pero con túnica del Prendimiento, como diputado−, el Lunes Santo en la Sentencia, el Martes en el Prendimiento, el Miércoles en la Misericordia, el Jueves con el Cristo de Gracia y el Viernes en la representación de la Hermandad de San Pedro en el Santo Sepulcro.

Recuerdo también el acompañamiento de la Guardia Civil a la Hermandad de la Esperanza, con efectivos de la Benemérita vistiendo el traje de gala, con galones dorados en el tricornio. De esta Hermandad recuerdo también haberla visto salir, de noche, de la plaza de Santa Marina: el pequeño paso de Cristo con aplicaciones de guadamecí que hizo Martínez Cerrillo salía del propio templo, y el paso de palio del cocherón que construyó la propia cofradía, anejo al convento de Santa Isabel de los Ángeles. Y hasta recuerdo también, y alguna vez lo he escrito, un pequeño accidente que hubo una de esas ocasiones cuando un caballo de los batidores que abrían carrera se encabritó, golpeó con sus herraduras los adoquines del pavimento del que con gran estupor vi saltar chispas, acabó cayendo al suelo y provocando la caída de algunas personas, pero no más daños que el susto morrocotudo que nos llevamos quienes estábamos allí.

Recuerdo que en los primeros años tras la reincorporación de la Virgen de la Amargura a la Hermandad del Rescatado, el paso del Señor era el primero de su comitiva, y que tras él las larguísimas colas de penitentes suponían un tremendo corte en la organización del cortejo.

Recuerdo, y fueron varios años, a la antigua Virgen de la Merced en su antiguo paso sin palio, único de su Hermandad, con un manto blanco. Y recuerdo también el estreno de los actuales respiraderos, con la Virgen, aún sin palio, llevando un manto rojo, y la confluencia de su cortejo, en el oscuro atardecer de un Lunes Santo, con el Cristo de Gracia que salía al exterior de la iglesia de los Trinitarios en el Via Crucis de su Hermandad. Y también el primer año de los varales del palio que aún la lleva, con un techo y unas bambalinas absolutamente blancas, como el manto que se le puso a la Virgen. Naturalmente, iba con ruedas.

Recuerdo al Cristo del Remedio de Ánimas en su paso preparado bajo el soportal de la parroquia de San Lorenzo, en el exterior del propio templo y protegido sólo por unos toldos, ya que las dimensiones del antiguo paso −en diseño y forma semejante al actual− no le permitían salir del interior.

Recuerdo a la Hermandad de la Expiración el año que estrenó su paso actual, y la recuerdo, aunque no sé si fue ese mismo año, saliendo por la puerta lateral de la iglesia de San Pablo.

Recuerdo la llegada de Nuestra Señora del Rosario en sus Misterios Dolorosos a la Hermandad de la Expiración, que supuso que durante unos años el Santísimo Cristo procesionara sobre su paso en solitario, es decir, sin el acompañamiento de María Santísima del Silencio.

Recuerdo –esto ya fue en la segunda mitad de los setenta– el relativo revuelo que supuso la reincorporación de María Santísima del Silencio al paso del Cristo de San Pablo, ya que por aquel entonces que una misma Hermandad procesionara dos imágenes de la Virgen era algo absolutamente inédito. Y recuerdo también la defensa que hizo Rafael Zafra de esa situación: «La Piedad del Baratillo lleva detrás un paso de palio».

Recuerdo la envidia que me daban los nazarenos del Prendimiento, porque iban todos con capa, y recuerdo la anomalía que suponía que su primer paso fuera con ruedas y el de palio con costaleros.

Recuerdo que en las primeras Semanas Santas de que tengo memoria el Jueves Santo era día festivo… sólo por la tarde, con la mañana laborable y todas las tiendas abiertas. Por lo visto lo llamaban «fiesta recuperable», es decir, que las horas que no se trabajaban se tenían que cumplir en otros días a modo de horas extraordinarias sin remunerar.

Recuerdo que en la tarde del Jueves Santo se empezaba a hacer el silencio en las calles, pero no sólo en las calles: la televisión en blanco y negro sólo emitía programas religiosos y las retransmisiones de las procesiones desde donde cada año correspondiera. Los coches tenían prohibida la circulación por el casco urbano, los cines estaban cerrados y sólo se abrían el Domingo de Resurrección, y en los últimos años de estas limitaciones en la noche del Sábado de Gloria.

Recuerdo también aquellos Jueves Santos con cuatro cofradías (Caído, Gracia, Caridad y Angustias) y cinco pasos, todos con ruedas, en una situación que llegó nada menos que hasta 1977. Sin comentarios.

Recuerdo que algún año la Hermandad de la Caridad se quedó sin el acompañamiento de la Legión en su estación de penitencia, pero no por motivos políticos o presupuestarios, sino por un «temporal en el estrecho» que impidió a los legionarios tomar el barco que los desplazaba de Melilla a la Península…

Recuerdo haber visto a la Virgen de las Angustias camino de la Puerta del Colodro, exactamente por la avenida del Obispo Pérez Muñoz −hoy de las Ollerías−, camino del convento de las Esclavas del Santísimo y de la Inmaculada, para que las religiosas que le habían bordado en oro el gran manto morado pudieran ver su obra a través de una reja asomada a la calle que expresamente hubo que construirles. Y recuerdo también que este momento único hubo de esperar un año, porque el primero de los años previstos la lluvia lo impidió.

Recuerdo haber visto la Hermandad de la Buena Muerte a la altura del Gran Teatro un Viernes Santo por la tarde.

Recuerdo aquellos Viernes Santos con tres cofradías (Descendimiento, Dolores y Santo Sepulcro), que sumaban cuatro pasos, de los que sólo el del Santo Sepulcro carecía de ruedas.

Recuerdo, por cierto, a los Caballeros del Santo Sepulcro con su antigua indumentaria a cara descubierta: capa de raso negro con la Cruz de Jerusalén en tisú de plata bordada al pecho y su portacirios de madera roja… y alguno de ellos con su puro en la boca. En lo que queda en mi memoria, nunca eran más de quince o veinte, y delante de ellos el cortejo se agrandaba con las representaciones de las demás cofradías, cada una con un grupo de cinco o seis nazarenos con su túnica y una bandera o estandarte. Tras el paso de la urna iban representaciones eclesiásticas, presididas por el obispo, y políticas con el alcalde, las sociales y las militares, siempre con la banda de música del cuartel de Lepanto y alguna compañía cerrando el desfile en la carrera oficial.

Recuerdo haber visto el paso del Santo Sepulcro volver en solitario a la Compañía al acabar su paso por la carrera oficial. Fue por los años 1972 y 1973, cuando la extinción de su Hermandad de Caballeros –debida, según se dijo sotto voce, a desavenencias con el párroco− llevó a que la procesión la organizara directamente la Agrupación de Cofradías, y el cortejo lo compusieran exclusivamente las representaciones de las demás Hermandades y las autoridades que se sumaban en carrera oficial: al terminar ésta, todo el mundo se retiraba de las filas y el paso volvía, como digo, en solitario o casi en solitario a su templo de origen.

Recuerdo haber visto algún Sábado Santo por la noche al Resucitado en la calle Claudio Marcelo, cerrando la Semana Santa con sus cofrades vestidos de paisano.

Recuerdo que en aquel tiempo casi nadie tenía cámara de fotos, ni mucho menos cámaras de vídeo, porque sencillamente estas últimas no existían: a lo más, algunos potentados tenían una cámara de cine de 8 milímetros, que hacía películas mudas de no más de dos minutos; pero no creo que hubiera en Córdoba más allá de dos o tres.

Recuerdo también lo que permanece como si tal cosa: las colas interminables ante San Jacinto para venerar a la Virgen de los Dolores en su día, el Viernes de Dolores. Nadie hablaba entonces de vísperas ni sabían lo que era eso, ni la tarde de esa jornada se saturaba de Via Crucis por las calles de los distintos barrios.

Recuerdo, sobre todo, lo que más lamento haber perdido: el estremecimiento de satisfacción interna que me recorría el cuerpo al oír la primera y lejana corneta en los ensayos de un atardecer de finales del invierno, casi en vísperas ya de la Semana Santa.