Hoy, Miércoles de Ceniza de 2017, se cumplen 30 años litúrgicos de mi primera colaboración escrita en un periódico sobre Semana Santa y Cofradías. Digo 30 años litúrgicos, porque para los 30 años naturales hay que esperar al sábado (en 1987 el Miércoles de Ceniza fue el 4 de marzo).
Se titulaba ese primer artículo, publicado
en el diario Córdoba, «Aquí seguimos
estando». Con ese título quería dar a entender que las cofradías nunca se
habían ido de la actualidad ni de la vida de Córdoba, aunque el medio de
comunicación en el que empezaba a colaborar —único periódico por entonces en la
ciudad— llevara unos cuantos años prácticamente olvidado de ellas.
Han pasado 30 años y hace tiempo que perdí
la cuenta de las colaboraciones que he escrito. Durante mis dos décadas en el
diario Córdoba hubo años en que firmé
más de 150 textos, de modo que sin exagerar puedo decir que fueron más de 2.000
sólo en ese medio. Ya antes, en 1984, inicié una colaboración hablada con la
desaparecida Radio Mezquita (absorbida posteriormente por Onda Cero). En 1985 y
1986 hice un programa de radio diario, de lunes a viernes, durante toda la
Cuaresma, y en 1985, con un equipo de amigos cofrades (mi hermano Ángel, Antonio
Capdevila, Fermín Pérez y Miguel de Santiago) tuvimos la osadía de retransmitir
en directo por radio, a través de una línea microfónica, las procesiones a su
paso por carrera oficial, concretamente desde el palco de Las Tendillas.
Luego, simultaneando con mis artículos y
reportajes del diario Córdoba, hice trabajitos esporádicos para la COPE, la
Cadena SER, Canal Sur Radio y Onda Mezquita TV. Fueron años intensos,
apasionantes y apasionados, pero no agotadores, si bien hoy me pregunto cómo
fui capaz de llevar todo eso adelante sin dejar ni un solo día mi trabajo
profesional como docente, primero en el IES Francisco de los Ríos de Fernán
Núñez y luego en otros institutos de Córdoba. Quizá sea porque era ofensivamente joven (empecé a trabajar como profesor con 22 años y a colaborar en el periódico con 30). Bueno, para ser exactos, en todo
ese tiempo sólo me tomé (fue en 1989) un permiso sin sueldo de dos semanas, las
previas a la Semana Santa de ese año. Y todo esto sin olvidar mi condición de
cofrade, ya que entre 1986 y 1990 fui hermano mayor de la Misericordia en
cuatro años muy difíciles de mi hermandad, exiliada en Santa Marta y saliendo
de la Catedral por el prolongado cierre de San Pedro.
Ladrillo cofrade
En estos miles de
artículos he hablado de todo lo habido y por haber en las cofradías de Córdoba,
unas veces con acierto y otras, seguramente las más, con menos brillantez. Algunos
de esos artículos me provocaron malos ratos y noches sin dormir, y hasta hubo
un año, exactamente 1990, en que la tertulia cofrade Cruz Guiona-San Álvaro de
Córdoba, hoy desaparecida (y que congregaba a un reducido grupo de destacados
cofrades de rancio abolengo y túnica negra, cuyos nombres me da pudor citar porque
alguno ya no está entre nosotros), me concedió su premio «Ladrillo cofrade», una especie de «Premio Limón» por mis artículos de la Cuaresma de ese año.
Dudé mucho en ir a recibir el galardón,
pero fue la insistencia de mi mujer la que me persuadió de que no faltara: el
acto fue en el sótano del restaurante Costa Sur, entonces Crismona, en el
Sector Sur. A los postres, después de que la «Candela cofrade» (el «Premio
Naranja») fuera entregada al entonces
todopoderoso Miguel Castillejo, leí mi discurso de aceptación, que había
preparado con mucho tiento y mucho mimo. Ojalá lo conservara, por cierto.
El premio
era, como su propio nombre indicaba, un ladrillo, que conservo todavía con
cariño en mi casa. Y aproveché mi discurso para usar esa metáfora. En vez de
recibir el nombramiento como un ladrillazo,
que es lo que pretendían los convocantes, me puse constructivo y recordé que un
edificio, por grande que sea, se compone de miles de ladrillos, y que entre
esos ladrillos tiene que haberlos de distintas formas, tamaños y colores, y que
incluso alguno, por necesidades de la
construcción, tiene que ser imperfecto o estar intencionadamente roto… quizá
como algunos o muchos de mis artículos.
Al terminar en el restaurante invité a la
última copa a todos los contertulios. Fue en un pub de la Sierra, y puedo decir
que la suma total de la invitación que yo pagué fue muy superior al cubierto que había
abonado cada uno de los tertulianos por la cena; pero yo di por bien invertido
ese gasto, porque quedamos muy amigos y desde entonces me honran con su
aprecio. Por cierto, no volvió a repetirse ese reparto de premios bueno y malo en las postrimerías de una Semana Santa, salvo una década después,
cuando durante tres o cuatro años los que llevábamos la ya nutrida información
cofrade en Córdoba —Paco Pérez, Luis Miranda, José Antonio Luque y yo, quizá
con alguno más— entregamos un premio Naranja
a una hermandad o persona que nos hubiera facilitado el trabajo de forma
especial. Creo recordar entre los galardonados a las cofradías de la Estrella,
con Pepe Ortiz de hermano mayor, y el Calvario, con Juan Villalba como máximo
responsable.
¡Qué nivel!
Del nivel
cultural de muchos cofrades de Córdoba da idea una anécdota que me ocurrió no
recuerdo si en 1989 o en 1990. Escribía yo la crónica de todos los días de
Semana Santa —salvo el Miércoles Santo, por supuesto— y lo hacía con miedo,
tratando de no olvidar un estreno, un detalle o un matiz de esos que tanto les
gustan a los cofrades. Uno de esos años puse hasta el número de papeletas de
sitio que había repartido cada hermandad, y traté de ser objetivo sin dejar por
eso de atender a lo que fuera noticioso que, por definición, merece en
periodismo más atención que lo que no lo es. El caso es que un capillita me
recriminó… que no había tratado a todas las cofradías por igual: ¡el buen mozo
había contado el número de palabras que había dedicado a cada una y me dijo que
la hermandad X tenía muchas más palabras que la hermandad Y! Con eso nos
podemos hacer una idea del nivelito que se mueve en estos ámbitos. Por no
hablar del que me llamaba indingado a las ocho de la mañana —yo me había
acostado a las cuatro— para protestar porque en el periódico había salido un nazareno
de su hermandad sentado en un bordillo, o del hermano mayor que su hermandad,
siendo «la mejor de su día de salida»
había tenido menos atención que otras…
Eso ha sido durante años el pan de cada día cuando pasaba la Semana Santa. No
sé si la cosa habrá mejorado, pero así era el ganado al que yo tenía que torear.
Eso sí, entonces no había esa obsesión por temas como el cambio de un capataz, la elección de una banda o las blondas de un vestidor. Menos mal.
Veinte años
Recuerdo con
inmenso cariño mi etapa en el diario Córdoba.
Bajo las direcciones de Antonio Ramos y José Higuero aquello fue un lugar donde
yo trabajaba de maravilla: con libertad, con buen ambiente y con unos
redactores y técnicos magníficos que me facilitaban enormemente mi trabajo.
Recuerdo que en el año 2000 se hicieron en
el periódico las primeras guías de la Semana Santa. Como no había precedentes,
íbamos hollando tierra virgen. Se publicó incluso un libro —un libro de más de
100 páginas— con espacios generosos para todas las cofradías, de cada una las cuales
tuve que escribir un texto de dos o tres páginas, exprimiendo contra reloj la
imaginación y los recuerdos. La víspera del Viernes de Dolores se presentaron
las guías en el Palacio de Viana, y al terminar —asistió la nunca
suficientemente vilipendiada Gestora de la Agrupación, fruto del baculazo del obispo Martínez, también de
infausto recuerdo— nos volvimos a toda prisa al periódico, porque estaban sin
hacer aún las del Jueves y el Viernes Santo. Volvimos al tajo… y nos amaneció
el Viernes de Dolores terminando la tarea. Sin dormir fui al Instituto donde
trabajaba entonces (el IES Medina Azahara). Fue, como se pueden imaginar, algo
agotador: pero salió el producto, que desde entonces no ha faltado a su cita,
pero claro, ya después no era tierra virgen, sino un camino bien roturado.
En todo el tiempo que dirigieron el
periódico los dos periodistas citados —y también con la dirección interina de Antonio
Galán— jamás tuve el más mínimo problema por una opinión vertida por mí en uno
de mis artículos; es más, siempre me defendieron cuando hubo algún atisbo de
polémica. Los problemas empezaron poco a poco con los dos directores que siguieron,
cuando hoy una frase dejada caer y mañana un recorte en el espacio dedicado a
mi tema empezaron recortar mi libertad de expresión. Una censura directa y una
imposición marcaron el final de esa etapa: en el artículo censurado, que iba a
haberse publicado poco antes de Semana Santa, me pidieron que lo cambiara llamándome
a mi casa cuando ya estaba acostado, porque a alguien no le parecía conveniente;
lo cambié porque no me quedó más remedio, dadas la hora y la circunstancia (ahora
puedo decir que era una crítica a la entonces alcaldesa Rosa Aguilar, aún en IU
pero ya coqueteando con el PSOE: no hay que decir más). La imposición vino
después, a primeros de diciembre, cuando me exigieron que tratara con una cancha
innecesariamente generosa una noticia de cofradías que en realidad era de poca
monta, pero que tenía el morbo del progresismo antieclesiástico que caracteriza
a la izquierda de nuestro tiempo. Me negué a este juego y puse fin a mi etapa.
Me dolió muchísimo porque habían sido veinte años en los que había trabajado
muy a gusto y en los que había hecho buenos amigos, pero al salir sentí el aire
libre. Como se dice en estos casos, también hay vida «fuera de».
Fundido a negro
En febrero de
2008 pasé a ABC, donde mi trabajo fue mucho más leve: una colaboración semanal
durante unos años, y sólo unos reportajes y unas columnas en Cuaresma. No creo
que en todo este tiempo hayan llegado a un centenar mis escritos en «el periódico de las tres letras». Nunca
en él he tenido la más mínima restricción a la expresión de mis ideas, pero veo
mis años en este medio como una forma de fundido a negro, es decir, de gradual
desaparición de la escena pública y oficial de los medios de comunicación. Al
fin y al cabo, los años pasan factura y una sabia decisión es la de retirarse a
tiempo, sobre todo si es un retiro pausado, con cuentagotas...
Lo pasado ya no tiene remedio. Ahora, con
los recursos que nos proporcionan las nuevas tecnologías, es posible decir lo
que uno piensa en un ámbito distinto al de los medios convencionales. Pero internet no tiene,
al menos de momento, el prestigio y la prestancia que da un periódico con más o
menos historia, y cualquiera tiene a su alcance, con poco esfuerzo y ninguna
cultura, la posibilidad de potar su hiel en público en forma de bites enredados.
Los periódicos de papel permanecen en las bibliotecas y hemerotecas, mientras
que los digitales pueden esfumarse sin dejar rastro en cualquier momento.
Eso sí, como escribí hace treinta años,
aquí sigo estando. Y seguiré hasta que yo mismo lo decida. Cuando alguien lleve
treinta años en esto… yo habré estado muchos más.
ANTONIO VARO PINEDA
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